En aquel arca, flotando sobre un mundo sumergido,
Noé y su familia, a la voluntad divina sometidos.
Cuarenta días y cuarenta noches, las aguas inundaron,
Y en el corazón de los hombres, el temor y la fe se mezclaron.
La lluvia cesó, y las aguas retrocedieron poco a poco,
El arca reposó sobre Ararat, un monte convertido en foco.
La vida en aquel refugio, una prueba de resistencia y amor,
Unidos por la fe y la esperanza, en el Creador y Salvador.
Las palomas enviadas en busca de tierra firme y paz,
Al fin, regresaron con un ramo de olivo, señal de la libertad.
Dios susurró al viento, y las aguas se aquietaron,
Revelando un nuevo mundo, donde la vida resurgiría renovada.
La puerta del arca se abrió, y la luz del sol iluminó,
Aquellos rostros cansados, pero llenos de gratitud y fervor.
Noé levantó un altar, y en ofrenda a Dios ofreció,
Su corazón agradecido, y el sacrificio de animales puros.
Entonces, el Señor prometió, con un arco iris en el cielo,
Que nunca más un diluvio, destruiría la tierra y su suelo.
Una alianza eterna, entre Dios y la humanidad,
Un pacto de amor y misericordia, que perduraría en la eternidad.
De la historia de Noé y el diluvio, una lección podemos extraer,
Que en medio de las pruebas, la fe y la esperanza debemos mantener.
Porque aunque las aguas se agiten, y las tormentas nos azoten,
En el arca de la confianza en Dios, siempre hallaremos un refugio y un norte.
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