En el alba de la humanidad, la tierra se llenó de maldad,
Los corazones de los hombres, corrompidos por la iniquidad.
Dios, en su tristeza, contempló el mundo con pesar,
Y decidió dar fin a la creación, en un diluvio sin igual.
Pero en medio del caos, un hombre justo y fiel,
Noé, el elegido, en la gracia de Dios encontró su sostén.
“Construye un arca”, le dijo el Señor con voz serena,
“Y salva a tu familia, y a las criaturas, dos de cada especie plena”.
Entonces Noé, obediente y lleno de fe,
Levantó el arca gigante, en un acto de amor y lealtad.
Las tablas de madera, un refugio ante la tempestad,
Una promesa de esperanza, en medio de la adversidad.
Cuarenta días y cuarenta noches llovió sin cesar,
El mundo entero sumergido, en un océano de purificación.
Noé y su familia, en el arca, encontraron salvación,
Mientras las aguas borraban la maldad, en una inundación.
Al fin, las aguas se calmaron, y el arca reposó,
En el monte Ararat, donde un nuevo comienzo comenzó.
Un pacto entre Dios y Noé, sellado con un arco iris celestial,
Prometía que nunca más un diluvio, la tierra inundaría en total.
La historia del diluvio, en Génesis capítulo seis,
Nos enseña sobre la justicia divina, y el poder de la fe.
En nuestras vidas, enfrentamos tormentas y desafíos,
Pero en el arca de la confianza en Dios, encontramos refugio y alivio.
Que la historia de Noé, nos inspire a ser justos y buenos,
A mantener nuestra fe, en los momentos oscuros y serenos.
Porque aunque las aguas se agiten, y las olas nos azoten,
En el amor de Dios, siempre hallaremos un puerto.
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