En el libro sagrado, las páginas se despliegan,
Revelando la historia de la vida, en un lienzo sin tregua.
Génesis capítulo cinco, nos cuenta con emoción,
Los descendientes de Adán, en su larga procesión.
De Adán a Set, y de Enós a Cainán,
La vida se sucede, como olas en un mar incesante.
De Mahalaleel a Jared, y de Enoc al gran Matusalén,
Las generaciones avanzan, en un baile de nombres que se entrelazan.
Enoc caminó con Dios, en justicia y verdad,
Y fue llevado al cielo, sin conocer la muerte en su andar.
Matusalén, el hombre de días interminables,
Vivió novecientos sesenta y nueve años, un récord inquebrantable.
Lamec engendró a Noé, el hombre de la promesa,
Que en medio del diluvio, encontró la fuerza de la fe que no cesa.
La historia de estas generaciones, un espejo del tiempo que se va,
Nos enseña sobre la vida, y lo efímero de nuestra humanidad.
La lección que extraemos, de esta cadena genealógica,
Es que la vida es breve, y nuestra existencia, una bruma mística.
Mas en el centro de este baile de nombres y edades,
Resuena un llamado a la reflexión, una invitación al coraje.
Contemplemos nuestras vidas, en el gran esquema del tiempo,
Y preguntemos: ¿Qué huellas dejamos en nuestro paso efímero?
Dejemos un legado de amor, fe y bondad,
Siguiendo el ejemplo de Enoc, en su caminar de justicia y lealtad.
Que nuestras acciones reflejen la luz divina,
Y que, como Noé, encontremos la fuerza en nuestra vida cristiana.
Porque aunque los años pasen, y las generaciones se sucedan,
La misericordia de Dios es eterna, y en su gracia, nuestra vida queda.
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