En el albor de la humanidad, dos hermanos nacieron,
Caín y Abel, hijos de Adán y Eva, criaturas del Señor.
El primero, labrador; el segundo, pastor,
Ofrendas presentaron, sin saber lo que el destino les deparó.
Caín ofreció sus frutos, recogidos del suelo,
Mientras Abel entregó a Dios lo mejor de su rebaño.
La ofrenda de Abel fue aceptada con agrado,
Mas la de Caín, en su corazón ardió como fuego apagado.
Celoso y encolerizado, Caín invitó a Abel al campo,
Y allí, en un instante, su vida entre sus manos desamparó.
Dios le preguntó a Caín, “¿Dónde está tu hermano?”,
Y él respondió, “¿Acaso soy guardián de mi hermano?”.
En ese momento, la ira divina se hizo sentir,
Y Caín fue castigado, condenado a vagar sin fin.
Pero Dios, en su misericordia, le dio una señal,
Para que nadie lo dañara en su deambular.
Adán y Eva, entristecidos, nuevamente fueron bendecidos,
Y de su amor nació Set, un hijo prometido.
De Set descendió Enós, quien invocó el nombre de Dios,
Y así, la esperanza renació en el corazón de los dos.
La historia de Caín y Abel nos enseña una lección,
Sobre la importancia de la fe, la esperanza y la redención.
Aunque la envidia y el odio puedan oscurecer nuestro caminar,
La misericordia de Dios siempre nos mostrará un nuevo despertar.
En nuestras vidas, enfrentamos desafíos y tentaciones,
Y a veces caemos en la trampa de nuestras propias creaciones.
Pero recordemos que, al igual que Set, somos hijos del amor de Dios,
Y en Él encontraremos la fuerza para superar cualquier dolor.
Entonces, en nuestras luchas diarias, busquemos la guía divina,
Y recordemos que, de las cenizas, la esperanza siempre se afina.
Porque en el corazón de Dios, siempre hay espacio para el perdón,
Y en sus brazos, encontraremos consuelo y redención.

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