En el Edén, un jardín de pura belleza,
donde Dios creó al hombre y a su esposa,
Una serpiente astuta se deslizaba,
Tentando a Adán y Eva con palabras engañosas.
“¿Acaso Dios prohibió de todos los frutos comer?
Ese árbol en el centro, ¿no os hace estremecer?”
Eva, confundida, respondió con vacilación,
“No, solo ese fruto nos negó el Señor”.
La serpiente, con malicia, susurró en su oído,
“Si lo pruebas, serás como Dios, sabio y decidido”.
Y Eva, cautivada por el deseo de saber,
tomó el fruto prohibido y lo compartió con Adán sin temer.
De repente, los ojos de ambos se abrieron,
la inocencia perdieron, y la vergüenza sintieron.
Se cubrieron con hojas, pero no podían esconder,
la desobediencia que Dios pronto iba a conocer.
Dios, con amor y tristeza en su voz,
les preguntó sobre el fruto y escuchó su razón.
Aunque el pecado había manchado el corazón humano,
la misericordia de Dios brilló como un faro.
Expulsados del Edén, pero no abandonados,
Adán y Eva enfrentaron un mundo cambiado.
A pesar de las consecuencias y el dolor,
Dios prometió redención, un día la salvación.
Porque en medio de la oscuridad y la caída,
Dios mostró su amor, su gracia infinita.
Y aunque el pecado marcó a la humanidad,
la esperanza de redención siempre brillará.
Así como Adán y Eva en aquel Edén,
nos enfrentamos a tentaciones, a veces cedemos.
Pero recordemos la promesa divina,
que en Jesucristo, la salvación se avecina.
En nuestras debilidades y momentos de desobediencia,
volvamos al Señor, busquemos su presencia.
Porque Dios, con amor inmenso y sin medida,
nos ofrece perdón, vida eterna y alegría.
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