En la tierra de Ur, bajo el sol abrasador,
Vivía un hombre justo, de corazón fervoroso y soñador.
Abram, llamado por Dios, en su pecho llevaba la promesa,
De una tierra bendita, de leche y miel, donde habitar la nobleza.
Deja tu hogar y tu pueblo, escuchó el mandato divino,
Y sin dudar ni temer, emprendió el camino.
Sarai, su amada esposa, a su lado siempre fiel,
Junto con Lot, su sobrino, compartían su destino y laurel.
Errantes y valientes, cruzaron desiertos y montes,
Confiando en el Señor, en sus promesas y fuentes.
Abram levantaba altares, en cada parada y descanso,
Honrando al Altísimo, con fervor y amor manso.
En Egipto, la hambruna puso a prueba su fe,
Mas en la adversidad, su confianza en Dios nunca se deshizo.
A pesar de los desafíos, de los miedos y las penas,
Abram y su familia, perseveraron en su senda.
Oh, caminantes del mundo, aprended de Abram el mensaje,
Que en la fe y la obediencia, está el verdadero coraje.
No temáis los desiertos, ni los obstáculos en el sendero,
Pues el amor de Dios, es nuestro faro y amparo sincero.
En la historia de Abram, hallamos un tesoro invaluable,
Una lección de vida, que al alma hace indeleble.
Sigamos su ejemplo, y confiemos en el plan divino,
Y juntos, como hermanos, alcancemos nuestro destino.
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