En la vastedad del mundo, tras las aguas del diluvio,
Los hombres se unieron, en un sueño ambicioso y altivo.
Con ladrillos y argamasa, alzaron una torre hacia el cielo,
Desafiando al Todopoderoso, en un vano intento de duelo.
La torre de Babel, orgullo de la raza humana,
Se erigía majestuosa, bajo la mirada celeste y ufana.
Mas la soberbia en sus corazones, oscurecía la razón,
Y en su afán de grandeza, olvidaron la humildad y la devoción.
El Señor, desde lo alto, contempló la obra desmesurada,
Y en su infinita sabiduría, decidió poner fin a la jornada.
Susurró a los vientos, un sortilegio de confusión,
Y las lenguas se enredaron, en un caos sin solución.
Ya no entendían sus palabras, ni sus gestos ni sus anhelos,
Los hombres se dispersaron, llevando consigo sus desvelos.
Así, la torre quedó inconclusa, testigo de la soberbia y el desatino,
Y las naciones se esparcieron, en busca de un nuevo destino.
Oh, hijos de la tierra, aprended la lección de antaño,
Que en la humildad y el amor, está nuestro legado sano.
No dejéis que la soberbia, vuestra alma corrompa y divida,
Pues en la unidad y la bondad, se encuentra la vida.
Recordad la torre de Babel, y su mensaje eterno,
Que el orgullo y la ambición, nos alejan del amor tierno.
Abrazaos como hermanos, en la diversidad y la armonía,
Y juntos, en la gracia de Dios, construid un mundo de alegría.
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